La penumbra del pasillo me condujo hacia el final. Dos puertas
a la izquierda, y dos a la derecha cortaban las paredes.
Al final una única puerta por la que se colaba una delicada línea
de luz. Toqué la puerta entornada y esta se abrió en silencio.
Dentro, una habitación, llena de aire viciado, pero vacía de
muebles. El sol entraba a través de la cortina de madera dibujando
sombras paralelas sobre el piso gris. El espacio, ni grande ni
pequeño, se continuaba por la izquierda hacia la cocina
a través de una ventana para desayunar; y a la derecha por un
pasillo que conectaba tres puertas, cada una sobre una pared.
Con un sonido mecánico escuché cómo se prendía la luz de la
última puerta. Luego de un par de segundos el mismo sonido
apagó la luz. Luego se abrió la puerta por completo; pude
comprobar que era el baño, vacío. Luego la puerta se cerró
con un golpe violento. Comprendí que no estaba solo. Sentí
cómo un algo invisible avanzaba por el pasillo hasta abrazarme
como una brisa sin temperatura.
Me desperté cuando ya estaba sentado en la cama, ahogado,
tosiendo para recuperar el aire.
Luego el día cotidiano.
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